Diversos autores como Michel Foucault, Maurice Merleau-Ponty y las pensadoras contemporánea Marina Garcés y Judith Butler han puesto sobre la mesa el tema del cuerpo dentro de las discusiones globales de la filosofía. Esto ha ido permeando distintas disciplinas en donde el cuerpo es el centro de su estudio e incluso en algunas otras en donde esta relación no parece tan evidente.
Uno de los ejemplos más significativos para empezar a desarrollar este planteamiento es la Teoría de la deriva del filósofo francés Guy Debord, que si bien no aborda el tema de la arquitectura directamente, explica a lo que nos referimos cuando decimos que el cuerpo no es un objeto enmarcado dentro de los límites de la piel que se mueve en cuanto a algunos lineamientos previos, sino que el cuerpo es un lugar que alberga muchos más lugares y experiencias.
Guy Debord propone en 1958 esta teoría que está ligada indisolublemente al reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica y a una afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo. De acuerdo al autor, el término psicogeografía fue inventado para tratar de nombrar una serie de fenómenos que le interesaban a los situacionistas de los años 50’s; Debord define la psicogeografía como el estudio de las leyes exactas y los efectos geográficos en el entorno (voluntarios o no) que afectan directamente el comportamiento de los individuos. Por lo tanto, cada individuo experimenta una geografía (territorio, ciudad, barrio, casa, etc.) distinta de acuerdo a las experiencias vividas en ciertos lugares.
Autonomous vehicles can read Baidu POIs (Point of Interests) and digitally enable a physical interaction between riders and surrounding landscapes. (Image © Shuman Wu, Huai Kuan Chung, Carmelo Ignaccolo for the UABB 2019 “Transforming the landscapes of mobility”)
Chombart de Lauwe señaló que “un barrio urbano no está determinado únicamente por los factores geográficos y económicos, sino por la representación que sus habitantes y los de otros barrios tienen de él”. Por ejemplo: hay distancias y lugares que nos parecen más estrechos que otros sin serlo geográficamente; lo que apunta directamente a que el territorio es un conjunto de experiencias y memorias las cuales se guardan en el cuerpo, quien es el encargado de memorizarlas.
En este sentido, la presencia del cuerpo se construye en este flujo y no es otra cosa que la externalización del pensamiento-movimiento que se da a partir de interfaces creadas entre el interior y el exterior. Su reconocimiento depende, al mismo tiempo, de la “melodía cinética”, compuesta por el intérprete-creador en su propio cuerpo, y de la mirada del otro que, a su vez, engendra nuevos dislocamientos, redimensionando las interfaces y reinventado los pensamientos.
Dicho esto se entiende que el cuerpo no sería un elemento reactivo sino también productivo capaz de estructurar los espacios y las experiencias que tienen lugar en el territorio, lo que produce diversas interrogantes que buscan la medida de estas alteraciones que son no más que la conciencia corporal que define Marina Garcés como “poner el cuerpo”, un término que engloba la conciencia corporal en el espacio y su poder de visibilización.
Mientras que, algunas estructuras espacios arquitectónicos de la modernidad buscaban invisivilizar el cuerpo, estas nuevas teorías apuestan por un cuerpo de guerrilla que reclama su lugar en el mundo haciéndose visible. Esta conciencia e intencionalidad corporal ha sido estudiada por investigadoras como Maxine Sheets-Johnstone quien reconoció la relación del cuerpo en el espacio y la categorizó en tres niveles:
- La experiencia del sujeto en relación con su experiencia perceptiva
- El entendimiento conceptual del cuerpo, que puede partir de conocimientos diversos (científico, mítico, etc.)
- La actitud emocional del sujeto
La autora brasileña Christine Greiner también estudió esta relación y determinó que a pesar de que cada cuerpo posee individualidades que lo conforman, todos los cuerpos se relacionan bajo comunes que se desarrollan en los siguientes puntos:
- Los dislocamientos espacio-temporales
- Las transiciones desde la instancia de lo privado e individual hacia lo publico y colectivo (y viceversa)
- La traducción de un nivel mínimo de descripción (micro) a la esfera macroscópica
- La alianza entre una naturaleza y cultura
- La ambivalencia entre inestabilidad y estabilidad
- La instancia política de las acciones que ganan visibilidad
Si bien es cierto que con los avances tecnológicos –y con los recientes acontecimientos relacionados con la pandemia de COVID-19 que han obligado a limitar la interacción social– la forma más común de consumir arquitectura es mediante plataformas digitales que priorizan el sentido de la visión puesto que las limitantes tecnológicas todavía no abarcan popularmente temas físico-sensoriales, producen un lenguaje corporal que encapsula al cuerpo en una imagen o un objeto.
Hace décadas que Heidegger lanzó la idea de que el mundo se había convertido en la imagen de sí mismo: “Imagen del mundo, comprendido esencialmente, no significa por tanto una imagen del mundo, sino concebir el mundo como imagen” con todo lo que abarca la palabra mundo. Es por eso que para diseñar arquitectura hoy es preciso estudiar y cuestionar estas imágenes para no obviar los objetos arquitectónicos puesto que estos son traducciones de una serie de reflexiones que van de la mano con su contexto y condiciones específicas. Es fundamental re-aprender a leer el cuerpo, garantizar su visibilidad y por tanto, asegurar su existencia.
Al igual que el mundo, también cada uno de nosotros es hoy una imagen de sí mismo. En la visibilidad se juega toda existencia, tanto la pública como la privada, de lo que se trata es de gestionar la coherencia de una imagen. Esta jerarquización de los sentidos podría traducirse en la arquitectura como el olvido o la obviedad de que por ejemplo, la luz no es un elemento descontextualizado que ilumina los objetos sino que es un fenómeno que toca la piel y genera sensaciones en el cuerpo al grado de alterar y propiciar el funcionamiento de los seres vivos.
El espectador contemporáneo recibe las imágenes sin ser tocado por ellas, sin verse afectado por su experiencia o por su encuentro con el mundo. El cuerpo se reivindica a través del tacto, del movimiento, de la vulnerabilidad y dentro de esta línea solo cabe preguntarnos: ¿cómo sería una arquitectura en donde la mirada tome consciencia de su papel parcial para asumir las consecuencias políticas, epistemológicas, vitales y artísticas de esta re-estructuración del pensamiento? ¿cómo sería una arquitectura que asuma la experiencia cotidiana como una experiencia genuinamente sensorial más allá de lo extraordinario y escenográfico?
-
Este artículo es parte del Tema del mes en ArchDaily: Escala Humana. Cada mes exploramos un tema en profundidad a través de artículos, entrevistas, noticias y obras. Conoce más sobre nuestros temas aquí. Y como siempre, en ArchDaily valoramos las contribuciones de nuestros lectores. Si quieres postular un artículo o una obra, contáctanos.